martes, 9 de octubre de 2012

Complejo de Bob Esponja



“La madurez del hombre es haber vuelto a encontrar la seriedad con que jugaba cuando era niño.”
(F. Nietzsche, 1886)



Ya tengo veintinueve años. Y no lo escribo con letras en lugar de números para que parezca una edad menos cercana a los treinta, si no porque siempre me ha parecido poco elegante escribir números dentro de un texto.
Bueno, como decía el General Tani: ¡AL TURRON!

Hoy es mi vigesimonoveno cumpleaños y, al contrario del resto de personas que conozco cuyas edades han superado el cuarto de siglo, he esperado esta fecha con emoción. Y todo por una cosa, bueno, espero que por muchas cosas: ¡REGALOS!
Y es que un cumpleaños no es algo del otro mundo, como NO dijo Richard Vaughan, no hay que sentirse especial por tener cumpleaños, todos tenemos. Pero sí hay algo especial en el día de tu cumpleaños… ¿La tarta? No, tarta puedes comer siempre, eso sí, comer tarta cualquier otro día sale más barato, no tienes que comprar velas. ¿Quedar con tus seres queridos para celebrar ese día especial? No, quedar también puedes quedar cualquier otro día; incluso puede que cualquier otro día del año los planes salgan mejor, las juergas memorables aparecen cuando menos las esperas.
Si algo diferencia tu cumpleaños del resto de juergas del año es que ese día te acuestas con más cosas que las que tenías. Y lo mejor de todo es que son cosas gratis. Lo confieso, una de las cosas que mejor conservo del niño que llevo dentro (me lo comí para desayunar), es la atracción por los regalos. Espero con ansia durante todo el año que vengan los Reyes Magos, Papa Noel y si no fuera porque a mi edad sería indicador de sufrir graves problemas de salud, también esperaría al Ratoncito Pérez.
A veces pienso, si hubiera hecho la comunión seguro que me hubieran regalado una Mega Drive o Súper Nintendo (que eran las consolas que había en esos tiempos). Pero no soy yo el que lo piensa, ser oficialmente libre espiritualmente es regalo más que suficiente, pero ese pequeño egoísta de hace veinte años tal vez hubiera vendido su alma a cambio de los regalos. Por suerte no lo hizo y lo que más me gusta de eso es que ese parecido hace que los veinte años de diferencia no existan, porque sigo siendo prácticamente el mismo, aunque ya no tan pequeño.

No me gusta que la gente añore la infancia, tampoco me gusta que la gente no quiera cumplir años, que no quiera envejecer. A mí no me importa envejecer, lo que no quiero es que me atropelle un camión o me caiga un piano en la cabeza. Apenas llevo una hora con mi nueva edad y ya he escuchado “eres un viejo”, pero lo que me gustaría es que en un futuro pudiera contestar “sí, soy viejo, tengo 167 años”, y que fuera verdad. Arrugas, canas… polladas.

Pero ya es hora de hablar del Complejo de Bob Esponja. Por el nombre más de uno pensará que simplemente he cogido el Complejo de Peter Pan y lo he actualizado con el nombre de un personaje más actual, pero nada más lejos de la realidad.
Mientras que el inspirado en el clásico de James M. Barrie implica un grave déficit en el autoestima del sujeto que lo sufre, el complejo de Bob Esponja es disfrutado de forma consciente y responsable.
Mientras que en un caso hay un “niño” atrapado en el cuerpo de un adulto, indefenso e incapacitado ante las nuevas responsabilidades; en el otro existe un adulto que decide deliberadamente no sólo no olvidar al niño que fue, si no dejarlo tomar el mando siempre que sea posible. ¡Ojo! Esto no significa estar todo el día haciendo el polla y no tomarse nada en serio. Esto significa estar todo el día haciendo el polla y tomarse en serio tan solo las cosas que lo merecen (que son realmente pocas). Pero lo más importante del complejo de Bob Esponja es que une la diversión de la infancia con la libertad de la adultez, en una combinación mortal aderezada por la certeza de saber que tus actos son totalmente producto de tu voluntad.

Para acabar decir que si la alternativa es ser un “joven treintañero” cabreado con el mundo y consigo mismo porque todo no es más que un camelo sin justicia. Amargado porque el mercado laboral es una selva donde ganan aquellos que no tienen valores y trabajan los que venden sus derechos. Avasallado ante la multitud de fuerzas que influyen en su vida y que escapan a su control. Sin tiempo para hacer lo que quiere por hacer lo que “debe”… Si eso es comportarse de forma adulta yo lo tengo claro:

¡SOY UN GOOFY GOOBER!





- F. Nietzsche, 1886: Más allá del bien y del mal.

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